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sábado, 5 de diciembre de 2015

Despojarnos de la apatía y de los liderazgos protagónicos

Es frecuente que los creyentes veamos a Dios como el Señor que manda y que castiga y por ello vivimos con temor, con apatía y desesperanza.
Construímos una sociedad de desigualdades por motivos de edad, de sexo, de raza o de religión.
Favorecemos liderazgos protagónicos individuales, y con ello dejamos poco espacio para que la mayoría de la gente tome conciencia de los problemas y de su responsabilidad y participe, aportando libremente sus ideas y sus acciones

 El tiempo de adviento es tiempo de esperanza y de apertura al cambio: cambio de vestido y de nombre, cambio de camino. Cambiar, para que todos puedan ver la salvación de Dios.
En un bello poema Baruc canta con fe jubilosa la hora en que el Eterno va a cumplir las promesas mesiánicas, va a crear la nueva Jerusalén, va a dar su salvación.
Los “vestidos de duelo” son expresión visible del dolor familiar, el “vestido de fiesta” es expresión de alegría y paz, y el cambio de ropas es manifestación del cambio de situación.
El “vestido nuevo” es indicio de bendición, de fiesta: Israel en el exilio está “vestida de sayal” pero su situación cambiará, su vestido es un “manto de justicia”, las “galas de la gloria de Dios”. 
Jerusalén es presentada como una “Madre” enlutada por sus hijos expatriados. Dios regala a Sión, su esposa, la salvación como manto regio, le ciñe como diadema la “Gloria” del Eterno.
La Madre desolada que vio partir a sus hijos, esclavos y encadenados, los va a ver retornar libres y festejados como un rey cuando va a tomar posesión de su trono.
Le da un nombre nuevo simbólico: “Paz de Justicia-Gloria de Misericordia”; es decir, Ciudad-Paz por la salvación recibida de Dios. Ciudad-Gloria por el amor misericordioso que le tiene Dios.
Haciéndose eco de los profetas del destierro, Baruc dice una palabra consoladora a un pueblo que pasa dificultad: “El Señor se acuerda de ti”.
El Dios fiel no se olvida de Jerusalén, su esposa, que es invitada ahora a despojarse del luto y vestir “las galas perpetuas de la Gloria que Dios te da”. Es la salvación que Dios ofrece para los que ama, de los que se acuerda en su amor.
Juan el Bautista aparece fuera del control del poder opresor de Tiberio, de Poncio Pilatos, de Lisanias, de Herodes, y los otros poderes y aparece en el desierto.
Hablar del desierto recuerda a los israelitas las acciones del Dios liberador, especialmente la salida de Egipto; les trae a la memoria el proceso que los llevó a constituirse en un pueblo de hombres libres y el tiempo en el que sus relaciones con Dios tuvieron su mejor momento.
Allí recibe Juan el encargo de preparar al pueblo para un nuevo éxodo, una nueva intervención liberadora del Dios de Israel.
Para explicar cuál es la misión de Juan, Lucas utiliza las mismas palabras con las que en el libro de Isaías, se anuncia el final del destierro de Babilonia.
Juan realiza aquí la misma misión que llevó a cabo el antiguo profeta: anunciar que Dios va a intervenir de nuevo, que su intervención será nuevamente liberadora y que hay que estar preparados para beneficiarse de la acción de Dios.
Y puesto que la tarea de Juan es preparar la misión de Jesús, nos da la clave fundamental para entender el resto del evangelio: la misión de Jesús consiste en realizar un nuevo éxodo, en comenzar un nuevo proceso de liberación que ya no es sólo para un pueblo, sino para toda la humanidad.

Vivir el Adviento con las ideas del profeta Baruc, significa despojarnos de apatía, de las desigualdades y de los liderazgos protagónicos individuales o de pequeños grupos.
Vivir el Adviento con las ideas del profeta Baruc, significa cambiar promoviendo liderazgos comunitarios que ayuden a todos a tomar conciencia de la situación, que favorezcan la participación, aportando ideas y actividades.
Vivir el Adviento con las ideas del profeta Baruc, significa nivelar, luchar para que desde lo más cercano a nosotros, se rompan las desigualdades y construyamos una Iglesia, una sociedad de iguales
Cosme Carlos Ríos
Diciembre 05 del 2015




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