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sábado, 30 de mayo de 2015

La Trinidad la mejor comunidad

El próximo día 08 de diciembre se cumplen 50 años de que el Papa Pablo VI clausuró el Concilio ecuménico Vaticano II
La colección de los documentos emanados del Concilio inicia con la Constitución dogmática sobre la naturaleza de la Iglesia. Nos presenta a la Iglesia como obra de la Santísima Trinidad.
Para la reflexión de este domingo de la Santísima Trinidad prefiero extractar algunas ideas de este importante documento
“El Padre Eterno creó todo el universo, decretó elevar a los hombres a participar de la vida divina, y como ellos hubieran pecado en Adán, no los abandonó, antes bien les dispensó siempre los auxilios para la salvación, en atención a Cristo Redentor.
A todos los elegidos, el Padre, «los conoció de antemano y los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29).
Y estableció convocar a quienes creen en Cristo en la santa Iglesia, que ya fue prefigurada desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza, constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se consumará gloriosamente al final de los tiempos.
Entonces, todos los justos desde Adán, «desde el justo Abel hasta el último elegido» serán congregados en una Iglesia universal en la casa del Padre.
Vino, por tanto, el Hijo, enviado por el Padre, quien nos eligió en El antes de la creación del mundo y nos predestinó a ser hijos adoptivos, porque se complació en restaurar en El todas las cosas (cf. Ef 1,4-5 y 10).
Así, pues, Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención.
La Iglesia o reino de Cristo, presente actualmente en misterio, por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo….
Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra (cf. Jn 17,4), fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cf. Ef 2,18).
El es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn 4,14; 7,38-39), por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cf. Rm 8,10-11).
El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Co 3,16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf. Ga 4,6; Rm 8,15-16 y 26).
Guía la Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4,11-12; 1 Co 12,4; Ga5,22).
Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo. En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ¡Ven! (cf. Ap 22,17).
Y así toda la Iglesia aparece como «un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».”

Celebrar a la Trinidad Santa implica para nosotros como iglesia esforzarnos por ser una comunidad que refleje el amor y la unidad de la Trinidad Santa.
Celebrar a la Trinidad Santa implica para nosotros como iglesia del Padre un trabajo permanente por construir en todo nuestro entorno relaciones de fraternidad.
Celebrar a la Trinidad Santa implica para nosotros como iglesia de Jesús estar abiertos a la acción del Espíritu Santo para descubrir los caminos que hoy tenemos que recorrer para construir el Reinado de Dios.
Celebrar a la Trinidad Santa implica para nosotros como iglesia del Espíritu Santo, Señor y dador de vida,  un esfuerzo permanente para que todas las cosas tengan vida y vida en abundancia.
Cosme Carlos Ríos
Mayo 30 del 2015



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