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sábado, 9 de mayo de 2015

La comunidad de Jesús
Comunidad misionera e incluyente

A pesar de la rica doctrina proclamada por el Concilio Vaticano II, en la Iglesia seguimos teniendo actitudes discriminatorias hacia las personas diferentes a nosotros.
Tenemos muchas actitudes irrespetuosas para las personas y grupos que creen en Dios de manera diferente a la nuestra.
Seguimos entendiendo la misión de la Iglesia como conquista de los que no creen como nosotros, y como imposición de nuestra forma de vivir la fé.

El judaísmo como religión surgió en la época del destierro en Babilonia. Los desterrados consideraban el destierro como un castigo de Dios por haberse unido a otros pueblos.
Para mantener la separación y la distancia de los otros pueblos propusieron normas que los identificaran, básicamente eran tres: La circuncisión, la observancia del sábado y las leyes de pureza.
Este espíritu excluyente permanecía hasta el tiempo de Jesucristo y se vivió también en las primeras comunidades cristianas. Pedro mismo en los comienzos muestra esta actitud excluyente.
En el relato de hoy, Pedro se encuentra visitando las comunidades de Lida y Jope. Ahí tiene una visión que le  cambia su actitud excluyente y se pone de camino hacia Cesarea a la casa del centurión Cornelio.
En ella Pedro manifiesta: “Ahora entiendo que verdaderamente Dios no hace diferencia entre una persona y otra”.
Con ello se inicia un proceso de acercamiento e inclusión de las comunidades cristianas hacia los otros pueblos.

El evangelio de San Juan después de proponer la alegoría de la vid, nos presenta al Padre como fuente del amor: Dios es amor, El Padre ama a Jesús y este nos envuelve con su amor que viene del Padre.
Amarnos unos a otros como Jesús nos amó, constituye la comunidad y le da su identidad, es, al mismo tiempo, el fundamento de la misión.
No podemos proclamar el mensaje del amor si no es después de vivir esta experiencia de comunión.
Donde no existe comunidad de amor mutuo como alternativa a la sociedad injusta, no puede haber misión.
Jesús señala cuál es la cima del amor a los amigos, llegar a dar la propia vida por ellos.
El amor mutuo hace hijos de Dios y da a los discípulos la característica de Jesús. Por eso exige Jesús que la relación entre los suyos y él, se conciba como amistad.
Jesús, siendo el centro del grupo, no se coloca por encima de él; se hace compañero de los suyos en la tarea común.
En el contexto de misión, la amistad con Jesús se traduce en la colaboración en un trabajo que es de todos y se considera responsabilidad de todos; por eso la alegría de la misión se comparte con él.
La igualdad y el afecto crean la libertad. La comunicación de vida no produce subordinación, sino compenetración e intimidad.

Vivir la pascua de Jesús resucitado implica para nosotros reforzar día con día nuestra comunión con Jesús, con su persona, su palabra, su proyecto y reforzar nuestra comunión con los hermanos en el amor y el respeto mutuo.
Vivir la pascua de Jesús resucitado implica para nosotros pasar a la primavera de una Iglesia llena del amor del Padre que abraza e incluye a todos sin discriminación.
Vivir la pascua de Jesús resucitado implica para nosotros pasar a la primavera de una Iglesia que sale al encuentro de los hermanos para mostrarles, con hechos y palabras, la Buena Nueva de Jesús.
Vivir la pascua de Jesús resucitado implica para nosotros no sólo dar regalos y besos a las madres, sino tomarlas en cuenta, asumiendo cada uno nuestra responsabilidad y no cargando  sobre ellas el peso de nuestra vida y de nuestros problemas.
Feliz día de las madres
Cosme Carlos Ríos

Mayo 09 2015 

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