La comunidad de Jesús
Comunidad misionera e incluyente
A pesar de la
rica doctrina proclamada por el Concilio Vaticano II, en la Iglesia seguimos
teniendo actitudes discriminatorias hacia las personas diferentes a nosotros.
Tenemos muchas
actitudes irrespetuosas para las personas y grupos que creen en Dios de manera
diferente a la nuestra.
Seguimos
entendiendo la misión de la Iglesia como conquista de los que no creen como
nosotros, y como imposición de nuestra forma de vivir la fé.
El judaísmo
como religión surgió en la época del destierro en Babilonia. Los desterrados
consideraban el destierro como un castigo de Dios por haberse unido a otros
pueblos.
Para mantener
la separación y la distancia de los otros pueblos propusieron normas que los
identificaran, básicamente eran tres: La circuncisión, la observancia del
sábado y las leyes de pureza.
Este espíritu excluyente
permanecía hasta el tiempo de Jesucristo y se vivió también en las primeras
comunidades cristianas. Pedro mismo en los comienzos muestra esta actitud
excluyente.
En el relato
de hoy, Pedro se encuentra visitando las comunidades de Lida y Jope. Ahí tiene
una visión que le cambia su actitud excluyente
y se pone de camino hacia Cesarea a la casa del centurión Cornelio.
En ella Pedro
manifiesta: “Ahora entiendo que verdaderamente Dios no hace
diferencia entre una persona y otra”.
Con ello se inicia un proceso de acercamiento e inclusión de las
comunidades cristianas hacia los otros pueblos.
El evangelio de San Juan después de proponer la alegoría de la vid,
nos presenta al Padre como fuente del amor: Dios es amor, El Padre ama a Jesús
y este nos envuelve con su amor que viene del Padre.
Amarnos unos a
otros como Jesús nos amó, constituye la comunidad y le da su identidad, es, al
mismo tiempo, el fundamento de la misión.
No podemos proclamar
el mensaje del amor si no es después de vivir esta experiencia de comunión.
Donde no
existe comunidad de amor mutuo como alternativa a la sociedad injusta, no puede
haber misión.
Jesús señala cuál
es la cima del amor a los amigos, llegar a dar la propia vida por ellos.
El amor mutuo
hace hijos de Dios y da a los discípulos la característica de Jesús. Por eso exige
Jesús que la relación entre los suyos y él, se conciba como amistad.
Jesús, siendo
el centro del grupo, no se coloca por encima de él; se hace compañero de los
suyos en la tarea común.
En el contexto
de misión, la amistad con Jesús se traduce en la colaboración en un trabajo que
es de todos y se considera responsabilidad de todos; por eso la alegría de la
misión se comparte con él.
La igualdad y
el afecto crean la libertad. La comunicación de vida no produce subordinación,
sino compenetración e intimidad.
Vivir la
pascua de Jesús resucitado implica para nosotros reforzar día con día nuestra
comunión con Jesús, con su persona, su palabra, su proyecto y reforzar nuestra
comunión con los hermanos en el amor y el respeto mutuo.
Vivir la
pascua de Jesús resucitado implica para nosotros pasar a la primavera de una
Iglesia llena del amor del Padre que abraza e incluye a todos sin discriminación.
Vivir la
pascua de Jesús resucitado implica para nosotros pasar a la primavera de una
Iglesia que sale al encuentro de los hermanos para mostrarles, con hechos y
palabras, la Buena Nueva de Jesús.
Vivir la
pascua de Jesús resucitado implica para nosotros no sólo dar regalos y besos a
las madres, sino tomarlas en cuenta, asumiendo cada uno nuestra responsabilidad
y no cargando sobre ellas el peso de
nuestra vida y de nuestros problemas.
Feliz día de
las madres
Cosme Carlos
Ríos
Mayo 09 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario