Jesús acompaña, enciende el corazón
y reintegra a la comunidad
La renovación
iniciada y promovida por el Vaticano II nos llenó de una gran esperanza: la
predicación se centra más en la predicación de la persona de Jesús y su
proyecto del Reino.
La Liturgia
empieza a pasar de un culto meramente formal a una celebración comunitaria del
Misterio de Jesús muerto y resucitado en nuestra vida diaria.
Se da mucho
impulso a lo comunitario, a la dimensión social de la fe y muchos cristianos
empiezan a participar en actividades misioneras
Pero el
excesivo centralismo, el conservadurismo y el individualismo constituyeron un
obstáculo para la renovación conciliar.
Muchos de los
que antes impulsábamos esta manera de ser Iglesia más igualitaria y
participativa perdimos el entusiasmo y algunos se han frenado o han tomado otros
caminos.
El autor del
libro de los Hechos de los Apóstoles pone en boca de Pedro el Kerygma (Primer
anuncio de Jesús):
“Dios acreditó
a Jesús de Nazaret con señales, milagros y prodigios.
Ustedes lo
entregaron a los paganos para ser crucificado, pero
Dios lo
resucitó de entre los muertos”
La muerte de
Jesús es consecuencia de realizar el encargo del Padre provocando la ira de los
hombres del poder religioso.
La
resurrección es la protesta del Padre a los asesinos de su enviado.
Dos discípulos
de Jesús han decidido abandonar el grupo, frustrados y llenos de desaliento por la muerte del Maestro
Nazareno, caminan de regreso a casa.
Jesús comienza
a caminar con ellos, se interesa por la cara que muestran, pero la desilusión y
la amargura les impiden reconocerlo y hasta
lo regañan.
Jesús los
reprende por su incapacidad de entender su muerte a la luz de las Escrituras y
les hace una lectura completa de la Biblia que les calienta el corazón.
Al caer la
tarde entusiasmados por la palabra de Jesús lo comprometen a que se albergue
con ellos y al momento de partir el pan descubren que el huésped es el
Resucitado.
Alegres
retornan a la comunidad para compartir la
alegría y animar a los demás.
Como los
discípulos de Emaús tenemos que sacudirnos la tierra de los ojos para ver al
Resucitado en los compañeros de camino y de lucha.
Como los
discípulos de Emaús tenemos que reflexionar sobre nuestros desalientos y
amarguras a la luz de la Escritura.
Como los
discípulos de Emaús tenemos que repetir los gestos de Jesús, en particular el
hecho de compartir la mesa y de celebrar en la Eucaristía nuestra propia vida.
Como centro de
nuestra vida hemos de poner el actuar de Jesús, acreditados como El por el
Padre, para realizando señales y hechos maravillosos que consuelan y dan
esperanza a todos los maltratados.
Vivir la
resurrección ha de significar que la vida compasiva y misericordiosa de Jesús
sigue presente en nuestro mundo
Mayo 03/14
Cosme Carlos
Ríos
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