La homilía
Consideremos ahora la predicación dentro
de la liturgia, que requiere una seria evaluación de parte de los Pastores.
La homilía puede ser realmente una
intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la
Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento.
La
predicación, que se funda en la convicción de que es Dios quien quiere llegar a
los demás a través del predicador y de que Él despliega su poder a través de la
palabra humana.
Con la palabra, nuestro Señor se ganó el
corazón de la gente. Venían a escucharlo de todas partes. Se quedaban maravillados
bebiendo sus enseñanzas. Sentían que les hablaba como quien tiene autoridad.
Con la palabra, los Apóstoles, atrajeron al seno de la Iglesia a
todos los pueblos
Cabe recordar que «la proclamación
litúrgica de la Palabra de Dios, sobre todo en el contexto de la asamblea
eucarística, no es tanto un momento de meditación y de catequesis, sino que es
el diálogo de Dios con su pueblo, en
el cual son proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas siempre de
nuevo las exigencias de la alianza»
La homilía es un género peculiar, ya que
se trata de una predicación dentro del marco de una celebración litúrgica;
por consiguiente, debe ser breve y evitar parecerse a una charla o una clase.
Este contexto exige que la predicación oriente a la asamblea, y
también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía que
transforme la vida.
Esto reclama que la palabra del predicador
no ocupe un lugar excesivo, de manera que el Señor brille más que el ministro.
La Iglesia es madre y predica al pueblo
como una madre que le habla a su hijo, sabiendo que el hijo confía que todo lo
que se le enseñe será para bien porque se sabe amado. Además, la buena madre
sabe reconocer todo lo que Dios ha sembrado en su hijo, escucha sus inquietudes
y aprende de él.
El Espíritu, que inspiró los Evangelios y
que actúa en el Pueblo de Dios, inspira también cómo hay que escuchar la fe del
pueblo y cómo hay que predicar en cada Eucaristía.
La prédica cristiana, por tanto,
encuentra en el corazón cultural del pueblo una fuente de agua viva para saber
lo que tiene que decir y para encontrar el modo como tiene que decirlo.
Este ámbito materno-eclesial en el que se
desarrolla el diálogo del Señor con su pueblo debe favorecerse y cultivarse
mediante la cercanía cordial del predicador, la calidez de su tono de voz, la
mansedumbre del estilo de sus frases, la alegría de sus gestos.
La preparación de la predicación es una
tarea tan importante que conviene dedicarle un tiempo prolongado de estudio,
oración, reflexión y creatividad pastoral.
El primer paso, después de invocar al
Espíritu Santo, es prestar toda la atención al texto bíblico, que debe ser el
fundamento de la predicación.
La preparación de la predicación requiere
amor. Uno sólo le dedica un tiempo gratuito y sin prisa a las cosas o a las personas
que ama; y aquí se trata de amar a Dios que ha querido hablar.
El texto bíblico que estudiamos tiene dos
mil o tres mil años, su lenguaje es muy distinto del que utilizamos ahora.
Sin embargo la tarea no apunta a entender
todos los pequeños detalles de un texto; lo más importante es descubrir cuál es
el mensaje principal, el que estructura el texto y le da unidad.
El mensaje central es aquello que el
autor en primer lugar ha querido transmitir, lo cual implica no sólo reconocer
una idea, sino también el efecto que ese autor ha querido producir.
El
predicador «debe ser el primero en tener una gran familiaridad personal con la
Palabra de Dios: necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante,
para que ella penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos y engendre
dentro de sí una mentalidad nueva
Las lecturas del domingo resonarán con
todo su esplendor en el corazón del pueblo si primero resonaron así en el
corazón del Pastor.
Quien quiera predicar, primero debe estar
dispuesto a dejarse conmover por la Palabra y a hacerla carne en su existencia
concreta. De esta manera, la predicación consistirá en esa actividad tan
intensa y fecunda que es «comunicar a otros lo que uno ha contemplado».
No se nos pide que seamos inmaculados,
pero sí que estemos siempre en crecimiento, que vivamos el deseo profundo de
crecer en el camino del Evangelio, y no bajemos los brazos.
Marzo
22 del 2014
Editor
responsable Cosme Carlos Ríos
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