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sábado, 8 de octubre de 2016

Vivir la misericordia de Jesús con los escluídos



La misericordia divina nos recuerda que las cárceles son un síntoma de cómo estamos en la sociedad, son un síntoma en muchos casos de silencios, de omisiones que han provocado una cultura del descarte.
Son un síntoma de una cultura que ha dejado de apostar por la
vida; de una sociedad que poco a poco ha ido abandonando a sus  hijos.
La misericordia nos recuerda que la reinserción no comienza acá en estas paredes; sino que comienza antes, comienza «afuera», en las calles de la ciudad.
La reinserción o rehabilitación, -como le llamen- comienza creando un sistema que podríamos llamarlo de salud social, es decir, una sociedad que busque no enfermar contaminando las relaciones en el barrio, en las escuelas, en las plazas, en las calles, en los hogares, en todo el espectro social.
Un sistema de salud social que procure generar una cultura que actúe y busque prevenir aquellas situaciones, aquellos caminos que terminan lastimando y deteriorando el tejido social.
A veces pareciera que las cárceles se proponen incapacitar a las personas a seguir cometiendo delitos más que promover los procesos de reinserción que permitan atender los problemas sociales, psicológicos y familiares que llevaron a una persona a una determinada actitud.
El problema de la seguridad no se agota solamente encarcelando, sino que es un llamado a intervenir afrontando las causas estructurales y culturales de la inseguridad, que afectan a todo el entramado social. (Papa Francisco: Discurso en el centro de rehabilitación social Cereso n°3 Miércoles 17 de febrero de 20169)
La voz del Pontífice nos hace ver que los reclusos y los reclusorios y todos los excluídos de la sociedad, son un síntoma de muchos silencios, de muchas omisiones, que han provocado una cultura del descarte, de lo desechable.
El Santo Padre ha explicado el concepto de “cultura del descarte” como “una cultura de la exclusión a todo aquel que no esté en capacidad de producir según los términos que el liberalismo económico exagerado ha instaurado”, y que excluye “desde los animales a los seres humanos, e incluso al mismo Dios”.
En esta visión quedan descartados  los pobres, los inmigrantes, los ancianos, los niños no nacidos, las personas económicamente vulnerables, los que no tienen voz. Por supuesto los reclusos
Los responsables de esta cultura negativa son los poderes que controlan los sistemas políticos económicos y financieros del mundo globalizado.
Ellos ven y tratan el mundo, no tanto como una manifestación de la bondad y la belleza de Dios, sino más bien como una "cosa" que hay que explotar sin límite".

Entre samaritanos y judíos -habitantes del centro y sur de Israel, respectivamente- existía una antigua enemistad, una fuerte rivalidad que se remontaba al año 721 a. C.
Este año, el emperador Sargón II tomó militarmente la ciudad de Samaria y deportó a Asiria (hoy Iraq) la mano de obra cualificada, poblando la región conquistada con colonos asirios.
Con el correr del tiempo, éstos se mezclaron con la población de Samaria, dando origen a una raza mixta que, naturalmente, mezcló también las creencias.
Por esta razón, Samaria era considerada por los judíos una región heterodoxa, población de sangre mezclada y de religión sincretista. Llamar a alguien 'samaritano' era, para los judíos del sur, uno de los mayores insultos.
Esta era la situación en tiempos de Jesús, judío de nacimiento, mientras iba de camino a Jerusalén y atravesó por entre Samaria y Galilea.
Los leprosos vivían fuera de las poblaciones; si habitaban dentro, residían en barrios aislados del resto de la población, no pudiendo entrar en contacto con ella ni asistir a las ceremonias religiosas.
El libro del Levítico prescribe cómo habían de comportarse los leprosos o enfermos de la piel: «El que ha sido declarado enfermo de afección cutánea andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: Impuro, impuro!
Mientras le dure la afección seguirá impuro. Vivirá apartado y  tendrá su morada fuera del campamento».
La misericordia de Jesús le impide hacer distinciones y por eso cura indiscriminadamente a los diez leprosos.
Pero, curiosamente, es el discriminado, el aborrecido samaritano el que vuelve a dar gracias a Jesús.

Vivir la misericordia de Jesús para con los reclusos excluídos de la sociedad, implica para nosotros comprender que nosotros tenemos que hablar, tenemos que actuar para impedir que haya excluídos, gente descartada.
. Vivir la misericordia de Jesús para con los reclusos implica entender que tenemos que crear un sistema de salud social que impida que las instituciones, pequeñas o grandes, se enfermen, previniendo las situaciones y caminos que deterioran el tejido social.
Vivir la misericordia de Jesús para con los reclusos, nos pide hoy, luchar para que las cárceles promuevan procesos de inserción que permitan atender los problemas sociales, psicológicos y familiares que llevaron a cada persona a una determinada actitud.
Vivir la misericordia de Jesús exige de nosotros entender que el problema de la seguridad  es un llamado a nuestras conciencias, a nuestras organizaciones y a nuestra sociedad a intervenir afrontando las causas estructurales y culturales que generan la inseguridad.
Vivir la misericordia de Jesús implica en este momento acercarnos afectiva y efectivamente a la suerte de los hermanos de Haití, tan duramente castigados por el huracán Mattew.
Octubre 08 del 2016

Cosme Carlos Ríos

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