Muchos
creyentes nos decimos cristianos, pero poco conocemos, estudiamos y meditamos
las enseñanzas de Jesucristo, poco nos preocupamos por los pobres y hacemos
poco esfuerzo por transformar las situaciones malas de nuestro mundo.
La
indiferencia ante la realidad y ante el dolor humano, los miedos a
comprometernos, nos paralizan para luchar por transformar nuestra sociedad en
un mundo más justo y humano.
Habacuc
proclamó el mensaje de Dios al pueblo de Judá. Probablemente predicó en la
ciudad de Jerusalén, donde vivían los líderes de esta pequeña nación.
De
acuerdo al libro, el profeta predica al comienzo del nuevo imperio babilónico,
luego de que este derrotara a los asirios. Habacuc proclamó la palabra de Dios
durante los años 626 a 605 antes de Cristo.
Ningún
profeta como Habacuc se ha asomado a la escena de las grandes potencias,
preguntándose por la justicia de la historia, y se ha remontado desde ahí a
contemplar y comprender la soberanía de Dios.
A
la atrevida pregunta del profeta « ¿Hasta cuándo te gritaré: ¡Violencia!, sin
que me salves?», Dios parece no escuchar, y antes de responder se hace esperar.
Dios mira como si no viese, o como si lo que ve no hiriera su vista.
Llevado de su sentido de justicia, el profeta protesta ante Yahvé
porque permite tanta iniquidad, contraria a sus atributos divinos.
Dios le responde que los violentos serán exterminados, mientras
que el justo vivirá por su fe o sea vivirá por su disponibilidad ante Dios, por la escucha
de su palabra y por la colaboración en sus planes.
En
el evangelio los discípulos han visto cómo se relaciona Jesús con el Padre, cómo
vive su misericordia con los más desprotegidos y el esfuerzo que hace por
transformar la realidad en un mundo más justo y humano.
Ellos
quieren tener una fé más grande y lo
piden a Jesús. Él les hace ver que la confianza en Dios y en ellos mismos es
tan poderosa que es capaz de transformar los mayores obstáculos.
La fe es don de Dios, pero también es tarea; es un
regalo de vida y de libertad que está permanentemente ofrecido a todo el que lo
quiera aceptar.
Pero hay que ir a buscarlo allí donde está el Dios
de la libertad y vida, y para ello hay que abandonar el miedo y la esclavitud.
Esa es nuestra responsabilidad.
Como
los discípulos, tenemos que pedir a Jesús que nos aumente la fé para que de
modo permanente estemos atentos a las
enseñanzas de Jesús sobre el Reinado de Dios.
Como
los discípulos tenemos que pedir a Jesús que nos aumente la fé para que, como
Jesús, vivamos una profunda relación de amor con el Padre y vivamos la
misericordia.
Como
los discípulos tenemos que pedir a Jesús que nos aumente la fé para transformar
el entorno injusto, violento e indiferente en que vivimos en un entorno más justo y fraterno.
Como
los discípulos tenemos que pedir a Jesús que nos aumente la fé para que vencer el
miedo y la indiferencia que nos impiden actuar como Jesús.
Cosme
Carlos Ríos
Octubre
01 del 2016
A
los 48 años de la matanza de Tlatelolco en el casco de Santo Tomás
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