Habitualmente
pretendemos que nuestra oración mueva a Dios y nos resuelva los problemas,
mientras nosotros esperamos el favor o el milagro sin utilizar nuestros dones.
Con demasiada frecuencia acudimos a la oración
con la intención de que Dios se convenza de nuestras necesidades y las atienda,
Por
influencia de la mentalidad mercantil que vivimos, manejamos nuestra relación
con Dios a la manera de las relaciones de compra-venta que hacemos en el
mercado.
Algunas
personas pretenden chantajear a Dios diciéndole que si no nos cumple lo que
pedimos van a abandonar su práctica religiosa o a cambiar de religión.
La
primera lectura de hoy nos sitúa en el desierto, por el que el grupo de
esclavos fugitivos del faraón, capitaneados por Moisés tiene que pasar en su
camino hacia la liberación.
En
esa época, a pesar de lo árido del desierto, se presta para que algunas tribus
de beduinos vivan en él con sus rebaños.
Una
de estas tribus es la de Amalec, a quien el hambre mantiene siempre dispuesto a
lanzarse sobre los pueblos vecinos al desierto o sobre los viajeros que lo
atraviesan, para despojarlos de cuanto llevan.
Los
amalecitas como nómadas, andaban por las soledades del desierto en busca de
pastos, defendiendo los pequeños oasis junto a los pozos contra las incursiones
de tribus enemigas.
Inesperadamente
se encuentran con aquellos hebreos, que van
cargados de botín de Egipto. Con ánimo de apoderarse de él, los amalecitas
atacan por sorpresa al grupo conducido por Moisés, siendo para ellos un
obstáculo en el camino hacia la liberación
Moisés
encarga a Josué la misión de repeler la agresión, mientras él acompañado de Aarón
y Hur hace oración en el monte. El resultado de esta doble acción es que los amalecitas
quedan frustrados en sus planes.
El
autor sagrado nos hace ver que la victoria no fue debida tanto a los esfuerzos
de los guerreros de Israel -novatos en la lucha- cuanto a las oraciones de su
caudillo, Moisés.
La
oración de Moisés y la lucha del pueblo no ha de de convencer al Dios liberador
para que quite los obstáculos, sino ha
de lograr que Moisés y el pueblo se convenzan de que no hay que bajar las manos
en la lucha por vencer los obstáculos que impiden el camino de la liberación.
El
evangelio, por su parte nos afirma que Jesús recalca a sus discípulos la
insistencia en la oración y lo ilustra con la parábola de la viuda y el juez.
Entenderíamos
mal esta enseñanza si no vemos a Dios como Padre, tal como Jesús nos enseñó.
Si
la oración es un diálogo de amor con el Padre del Cielo, lo importante es que
nosotros nos convenzamos de lo que el Padre del Cielo espera de nosotros y no
que Él se convenza de nuestras necesidades.
La
insistencia en la oración tiene que ser un esfuerzo insistente en conocer,
aceptar y realizar el proyecto del Padre, proyecto de Jesús, proyecto del
Reino.
Dirigirnos
a Dios como Padre implica para nosotros
tratarlo con el respeto y amor que le tenemos, renunciando a imponerle lo que
nosotros queremos o necesitamos.
Dirigirnos
a Dios como Padre implica para nosotros insistir en el diálogo de amor con el
Padre, dispuestos a amarlo más, a escucharlo más y a cumplir mejor su voluntad.
.
Dirigirnos a Dios como Padre implica
para nosotros un esfuerzo permanente por conocer lo que pasa a nuestro
alrededor para pedir con insistencia al Padre que nos ayude a conocer y realizar su voluntad en
el momento y en el lugar en que estamos.
Cosme
Carlos Ríos
Octubre
15 del 2016
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