Los grupos creyentes tenemos la tendencia a
sobrevalorar a las personas observantes de normas, de leyes y de prácticas y no
nos distinguimos por la práctica de la misericordia.
De este modo reflejamos una imagen de Dios como
alguien rígido, que se alegra con la observancia, pero que no tiene
preocupación por los que los que están lejos o
se han alejado
En el texto de la primera lectura los israelitas se
han quedado solos y sin guía en el desierto. Ya no sienten la presencia del
Señor y Moisés tarda en bajar de la montaña.
Esta ausencia momentánea les resulta insoportable,
y se fabrican una imagen que les dé la sensación de tener a dios en medio de
ellos, que lo haga visible y tangible, y del que puedan disponer a su agrado.
La imagen elegida es la del "ternero", porque el toro joven representa, en la
simbología del Antiguo Oriente, la fuerza rebosante, la vitalidad y la
fecundidad.
En este momento interviene Moisés. Lo hace como un
profeta, denunciando y condenando severamente esa desviación del pueblo, que lo
exponía a caer en la idolatría.
Pero él es también el intercesor que se solidariza
con sus hermanos, y así obtiene del Señor el perdón y la renovación de la
Alianza.
El texto del Evangelio que leemos hoy nos presenta
en Jesús el rostro misericordioso del Padre.
Lucas nos dice que se acercaban a Jesús los
cobradores de impuestos y los pecadores.
Por otro lado, la gente más observante, los
fariseos y maestros de la Ley lo critican diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos"
Entre los judíos de la época de Jesús sólo se come
con las personas de su clase, pues comer con personas de otra clase significa
igualarse con ellos.
Como es frecuente en Lucas, él utiliza el
contraste: en este caso pone frente a frente la conducta de Jesús con la mirada
de los representantes del sistema, los escribas y fariseos
Las parábolas que leemos hoy son contadas a la defensiva, es decir para legitimar
el trato que Jesús brinda a los cobradores de impuestos y a los pecadores.
Acostumbramos leer la tercer parábola poniendo en
el centro al hijo menor, pero Jesús no quiere fijarse en el hijo pecador ya que
de esos hay muchos, sino en el Padre lleno de ternura y misericordia.
El padre hace entrega al hijo de lo que le
corresponde, le permite alejarse, lo espera y
cuando vuelve derrotado sale a su encuentro, lo recibe con abrazos y
besos, lo viste, lo calza, le da el anillo y hace una fiesta.
Aún más, el padre tiene que lidiar con el hijo
observante que se niega a recibir a su hermano y que no tiene las entrañas de
misericordia del padre.
Este es el rostro que han de tener las comunidades
de discípulos de Jesús de Nazaret.
Para
nosotros hoy, mostrar el rostro misericordioso del Padre implica poner en la
mente, en el corazón y en la vida la misericordia de Jesús para con los
alejados y pecadores.
Para
nosotros hoy, mostrar el rostro misericordioso del Padre implica, (con la ternura
de Jesús), salir al encuentro de aquellos que no se sienten parte de una
Iglesia burocrática, moralista e incongruente.
Para
nosotros hoy, mostrar el rostro misericordioso del Padre implica salir al
encuentro de los sobrantes de la sociedad porque no son productivos: los
ancianos, enfermos, niños, indígenas que llegan a nuestra ciudad.
Para
nosotros hoy, mostrar el rostro misericordioso del Padre implica salir al
encuentro de quienes no encuentran sentido
a la existencia, y viven sumidos en continuas depresiones, los tristes,
los amargados, abandonados por su familia, desempleados.
Cosme
Carlos Ríos
Septiembre
10 del 2016.
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