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sábado, 22 de febrero de 2014


Santo es el compasivo y misericordioso

En la vida cristiana hemos hecho énfasis en alcanzar la santidad entendida como perfección, por eso se valoran los fenómenos místicos: levitación llagas como expresión de la santidad.

Se considera santos a los que tienen experiencias fuertes en la oración o en la Liturgia, pero poco se nos invita a vivir la compasión y la misericordia como manifestación del encuentro con el Dios compasivo y misericordioso

El concilio Vaticano II en la constitución pastoral nos señalaba que: “El divorcio entre la fe y la vida de muchos debe ser considerado uno de los más graves errores de nuestro tiempo”

 

En el s. V a.C. los judíos formaban una provincia bajo el dominio de Persia. No tenían independencia política ni soberanía nacional y dependían económicamente del gobierno imperial.

No tenían rey ni tampoco, quizás, profetas, pues la época de las grandes personalidades proféticas había ya pasado.

Pero eran libres para practicar su religión, seguir su derecho tradicional y resolver sus pleitos. Muchos judíos vivían y crecían en la diáspora.

En estas circunstancias el Templo y el culto de Jerusalén son la gran fuerza de cohesión, y los sacerdotes sus administradores.

La otra fuerza es la Torá, conservada celosamente, interpretada y aplicada con razonable uniformidad en las diversas comunidades.

Es así como surgió el enorme cuerpo legislativo conocido posteriormente con el nombre de Levítico -perteneciente al mundo sacerdotal o clerical- con todas las normas referentes al culto, aunque contiene algunas de ámbito civil o laico.

El del que está tomada la lectura de hoy  contiene, en síntesis, lo más importante de la religión israelita. Se asemeja, en esto, al decálogo.

Se dirige a todos los israelitas y trata de regular su vida religiosa, humana y social. Los deberes de los hombres, con Dios y con sus semejantes, se fundamentan en la santidad divina.

El Señor es santo, y el pueblo a él consagrado debe participar de esta santidad. Esta es la finalidad pretendida con estas leyes; hacer que el pueblo viva en comunión con el Señor.

Las relaciones con el prójimo entran dentro de esta misma dinámica. El amor al prójimo constituirá, juntamente con el amor a Dios, la quintaesencia de la ley cristiana.

Lo novedoso de este capítulo es que se encuentra un conjunto de normas que tienen que ver con las relaciones justas respecto al prójimo  que alcanzan su máxima expresión en el versículo  «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», texto citado por el mismo Jesús como el culmen y centro de la Ley y los Profetas, junto con el amor a Dios.

Otra novedad es el llamado a ser justo con el extranjero, con el emigrante, y a amarlo también como a uno mismo, porque «fueron emigrantes en Egipto».

En el salmo responsorial de hoy proclamamos que “El Señor es compasivo y misericordioso”

Lo que Jesús enseña en el Evangelio es cuál ha de ser el espíritu generoso de caridad que han de tener sus discípulos en la práctica misma de sus derechos de justicia.

 

Aspiremos a la santidad, pero como manifestación del encuentro con Jesús compasivo y misericordioso, una santidad que se expresa como misericordia y compasión para los desamparados.

Podemos mostrar nuestra compasión informándonos sobre la situación económica de las mujeres separadas del marido y que cargan con el peso de mantener y educar a varios niños.

En el transcurso de esta semana me hicieron saber que algunos niños no asistían a la escuela por falta de recursos.

Pero no basta sentir la compasión, es necesario expresarla en forma organizada y buscar la forma de capacitar a estas personas para que puedan tener un empleo que les permita atender dignamente a sus hijos.

Urge también una lucha en el terreno social y político para que mejore el status de las madres que tienen que sobrellevar la carga de toda la familia.

Cosme Carlos Ríos

Febrero 22 2014

 

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