Presentación del Señor
Tomado de lectionautas
El Evangelio
del Domingo de hoy se enmarca en la fiesta que celebramos de la Presentación
del Señor. El texto se enmarca entre la ida a Jerusalén y el regreso a Nazaret
(v.39).
Se hace
mención al crecimiento del niño: “El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno
de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él”, (v.40).
Los
sucesivos encuentros con Simeón y Ana van mostrando diversos aspectos del
cumplimiento de la promesa de Dios y por otra parte abren al lector a ver que
es posible que un hombre y una mujer del pueblo reconozcan en este niño al
Mesías esperado.
A través de estos personajes, los mismos
lectores –nosotros-son interpelados a la confesión de fe.
El encuentro
con Simeón está marcado por la alegría del cumplimiento de la promesa; Simeón
al ver al Señor, entiende que su vida ya está cumplida: si el Salvador está, su
salvación también se realiza en medio de nosotros, una salvación que alcanza a
todos los pueblos
Pero por
otro lado, la cruz no deja de hacerse presente, esta vez en el anuncio a la
madre: "este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan o se
levanten…
La profetisa
Ana, que es presentada como una anciana que sirve al Señor con ayunos y
oraciones, reconoce también al niño y enseña la actitud oportuna frente a este
encuentro: la acción de gracias y el testimonio: “comenzó a dar gracias a Dios
y a hablar del niño Jesús a todos …”
Estos dos
personajes son presentados por Lucas como modelo de la aceptación de fe: la
alegría, la acción de gracias y el testimonio, aún en la conciencia de la
contradicción y el dolor.
No se narra
la presentación del Señor solo para hacer una referencia a la infancia de
Jesús, sino que los textos son enseñanza y desafío de fe para quien los lee.
El Papa
Francisco escribió la Exhortación Apostólica Alegría del Evangelio: “Invito a
cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar
ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la
decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso.
No hay razón
para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda
excluido de la alegría reportada por el Señor».
Éste es el momento para decirle a Jesucristo:
«Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy
otra vez para renovar mi alianza contigo.
Te necesito.
Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores».
¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido!
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