En
nuestra sociedad forman parte del mundo de los excluidos:
·
Hombres
y mujeres que duermen en nuestras calles,
en los bancos de las estaciones, en los parques públicos a los que les arrinconamos
porque no se integran en nuestros sistemas y terminamos por desintegrarlos.
·
Los
millones de víctimas de la violencia.
·
Los
millones de “no nacidos” o de muertos a causa de la eutanasia
·
Los
millones de jóvenes y adultos, sin
trabajo, desorientados...
·
Los
millones de enfermos crónicos (víctimas del sida, deprimidos, minusválidos)
·
Y
los millones de drogadictos, que no tienen otra alternativa sino la muerte.
·
La
multitud de ancianos abandonados; la multitud de mujeres maltratadas y violadas.
·
La
multitud de niños de la calle, privados de su niñez, obligados a vagar, a
trabajar o a vender su cuerpo para sobrevivir.
·
Los
millones de hombres y mujeres perseguidos o marginados a causa de sus creencias
religiosas o pertenencia étnica.
·
Los
países pobres imposibilitados de su desarrollo, despojados de su identidad cultural,
despojados de sus recursos naturales, despojados de la libertad.
Nuestra
mentalidad tiende a justificar estas
situaciones y en ocasiones a condenar a las víctimas y hasta llegamos pensar
que así lo quiere Dios.
El libro del Levítico del que
tomamos hoy, la lectura, está escrito desde la perspectiva Deuteronomista
encabezada por sabios sacerdotes y levitas de la época del exilio y los años
siguientes.
Al marcar los signos de
identidad, insistiendo en las leyes de pureza, Los Deuteronomistas, en nombre
de Dios, excluyen a muchas personas de los beneficios de la vida social y en el
caso presente condenan a los leprosos a una vida inhumana.
De esta manera las víctimas son
considerados además impuros o pecadores
Jesús, en nombre de su Padre,
lucha en contra de lo que excluye a la persona de la vida comunitaria, tanto en
lo religioso como en lo social.
Uno de los excluídos se acerca
a Jesús y le pide: “Si tu quieres puedes limpiarme”.
Jesús, sintió compasión, extendió la mano y lo tocó
Tenemos que cambiar nuestra
manera de pensar y actuar frente a los excluídos
Con Jesús tenemos que
sentir la compasión ante los excluídos,
es decir tenemos que hacer nuestro, el dolor de ellos; con Jesús y como Jesús,
tenemos que extender la mano y tocar la llaga de los excluídos.
Seguir a Jesús significa hacer
que nuestras instituciones sean espacios incluyentes: Nuestras familias,
nuestros barrios, nuestras escuelas
No hay comentarios:
Publicar un comentario