Nuestras comunidades, sobre todo las más notables, se distinguen
por la observancia de normas y leyes, pero la alegría no suele ser su principal
distintivo.
El trabajo pastoral casi siempre está en manos de los ministros y
estos tienen dificultad para confiar en los demás y el resto, en su gran
mayoría siente que no son para eso.
Es queja general que falta personal para la evangelización sobre
todo Catequistas, pero ni en las intenciones de la Misa, ni en la oración de
los fieles se acostumbra pedir que haya más y buenas Catequistas
El texto de Isaías que leemos hoy, pertenece a un profeta posterior
al destierro de Babilonia; su tarea es animar al pueblo para la reconstrucción
de la ciudad que está en ruinas, del Templo que está destruido y del pueblo que
está desorganizado.
Pero hay que mirar este
proyecto con una mirada nueva; este proyecto debe constituir la alegría de
todos los que esperaban en las promesas de Yahvé.
El texto presenta la futura Jerusalén como una madre generosa que
ofrece sus pechos para que se sacien de su alegría sus habitantes.
Jerusalén, que ha sufrido tanto, está ahora como embriagada de consuelo
al sentirse protegida por Yahvé.
Ante este espectáculo, los ciudadanos de Sión sentirán que sus
huesos reverdecerán como la hierba. Es la consecuencia de la alegría
profunda que siente.
Y todo ello como consecuencia de que la mano de Yahvé se dará a
conocer a sus siervos su omnipotencia; se manifestará plenamente en la
inauguración de la nueva era mesiánica.
En la contrapartida: Los justos serán felices, mientras que los
impíos, que se opusieron como enemigos a la manifestación de Dios, serán
duramente castigados.
En
el evangelio de hoy, después de hablarnos de las exigencias del seguimiento de
Jesús, en su camino a Jerusalén, (tal vez en tierra de Samaritanos), Lucas nos
refiere que Jesús envía en misión a otros setenta y dos. El número 72 significa
la totalidad del pueblo de Dios.
Faltan
colaboradores, personas que coordinen las múltiples y variadas actividades de
los miembros de la comunidad, para que los más necesitados participen de los
bienes que sobreabunden.
La
comunidad ha de pedir que el Señor mande colaboradores a su campo. Pedir es tomar conciencia de las
grandes necesidades que nos rodean y poner los medios necesarios.
Jesús
los envía de dos en dos, formando un grupo o comunidad, con el fin de que
muestren con hechos lo que anuncian de palabra: El reinado de Dios en un mundo
fraterno.
Jesús
insiste en que los enviados no confíen en los medios humanos. Han de compartir
techo y mesa con aquellos que los acogen, curando a los enfermos que haya,
liberando a la gente de todo aquello que los atormente.
La
buena noticia ha de consistir en el anuncio de que «Ya ha llegado a ustedes el
reinado de Dios». Empieza un orden nuevo. Nada de venganzas, nada de amenazas
ni de juicios de Dios.
Sacudirse
el polvo de los pies significa romper las relaciones, pero sin guardar odio..
Toda
comunidad debe ser esencialmente misionera. La misión,
si se hace bien,
encontrará la oposición sistemática de la sociedad.
Los
enviados están indefensos. La defensa la asumirá Jesús a través del Espíritu
Santo, el Abogado de los pobres
No
podemos reducir el sentido de evangelizadores sólo a sacerdotes, religiosos o
misioneros. Es necesario que haya gente, que tenga sentido de comunidad, que
velen para que no se pierda el fruto, que lo almacenen y lo repartan.
Vivir
el mensaje de las lecturas de hoy es luchar para que cambie el rostro de la
Iglesia en todas sus instituciones: que desaparezca el rostro del legalismo y
que impere el rostro de la alegría y la fraternidad.
Vivir
las lecturas de hoy significa reconstruir, actualizar el siempre nuevo proyecto
de Jesús, el Reinado de Dios.
Vivir
el mensaje del Evangelio es tomar consciente que la misión es para la
comunidad: cada uno, con sotana o sin sotana, con título o sin título, desde el
lugar donde estemos, desde nuestra capacidad participamos por derecho y por
deber en la misión.
Nadie
queda exento, sólo que cada uno tiene una manera específica de participar y hay
que esforzarse por unir esfuerzos y evitar la competitividad.
Vivir
el Evangelio de hoy nos compromete a realizar la misión, sin esperar los
resultados desde los recursos más sofisticados y ponerlo en el esfuerzo constante
en unión con Jesús.
Vivir
el Evangelio de hoy nos compromete a dialogar con Jesús presentándole las necesidades
de nuestra comunidad, pero dispuestos a colaborar en la medida que nos
corresponde
Julio
02 2016
Cosme
Carlos Ríos
No hay comentarios:
Publicar un comentario