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sábado, 23 de julio de 2016

ORAR COMO JESÚS



Estamos acostumbrados a recitar oraciones, más que a entablar un diálogo de amor con Dios.
Por costumbres que hemos recibido desde el primer Testamento vemos a Dios como alguien distante y nos hace falta la confianza con Dios que muestra Abraham.
Muchas personas hacen oraciones chantajistas pidiéndole cosas a cambio de hacer obras buenas.

En la lectura del Génesis que leemos hoy se entabla un diálogo familiar entre Dios y Abraham. Dios manifiesta a Abraham la grandeza del pecado de Sodoma y su plan destruir la ciudad.
Abraham, al más puro estilo judío, regatea con Dios intercediendo por los habitantes de Sodoma. Sobresale la insistencia con que Abraham se dirige a Dios.

 Al enseñar a sus discípulos la oración del Padrenuestro, Jesús se apartó de las costumbres religiosas de su pueblo y de su tiempo.
Las oraciones que rezaban los israelitas se recitaban en hebreo, El Padrenuestro es, en cambio, una oración en arameo, la lengua que hablaba la gente.
Jesús llamó a Dios “Abba” y enseñó a sus amigos a invocar a Dios con esta palabra tan familiar de la lengua aramea. “Abba” significa papá, papaíto, que son las palabras de los primeros balbuceos infantiles.
Para los contemporáneos de Jesús era inconcebible e irrespetuoso dirigirse a Dios con tanta espontaneidad.
De esta manera, Jesús sacó la oración del ambiente litúrgico y sagrado en donde la había colocado la tradición de Israel, para situarla en el marco de lo cotidiano.
En toda la extensa literatura de oraciones del judaísmo antiguo no se encuentra ni un solo ejemplo en el que se invoque a Dios como “Abba”, ni en las plegarias litúrgicas ni en las privadas.
En el Padrenuestro, más que una fórmula fija para la oración, Jesús propuso una nueva relación de confianza con Dios.
Una oración creyente debe esforzarse por sintonizar con la manera de ver, de pensar, de sentir y de actuar de Dios que es Padre.


Entender y vivir el Padre nuestro implica para nosotros relacionarnos con Dios con el amor, el respeto, la confianza y la disposición de obedecer que tenemos con nuestros padres.
Entender y vivir el Padre nuestro implica para nosotros pensar no sólo en nuestras necesidades personales sino también en el dolor y la angustia de los hermanos.
Entender y vivir el Padre nuestro implica para nosotros pedir que el Reinado de Dios sea una realidad entre nosotros, haciendo lo posible para construir la hermandad, primer aspecto del Reinado de Dios.
Entender y vivir el Padre nuestro implica para nosotros, esforzarnos por conocer y cumplir la voluntad del Padre.
Cosme Carlos Ríos
Julio 23 del 2016



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