La Santísima Trinidad y la Iglesia
Una ola de muerte asedia a
nuestro planeta, la carrera de armamentos se puede volver contra los que la
corrieron, el mañana puede que no llegue nunca: Estamos olvidando el plan de
Dios para con nosotros, sus hijos
Estamos destruyendo poco a poco
la naturaleza: derrochamos los recursos humanos, se contaminan mares y ríos,
se exterminan las especies animales, la humanidad, en su gran mayoría, padece
hambre y violencia endémica. Esto contradice el Reino proclamado por Jesús
La violencia, la guerra, la
muerte y la destrucción se han convertido en los auténticos señores de una
humanidad esclavizada y que no es dócil a la voz del Espíritu.
Por esta ocasión en
vez de reflexionar sobre las lecturas bíblicas propongo reflexionar sobre este
texto del Concilio Vaticano II en la Constitución sobre la naturaleza de la
Iglesia.
En todo tiempo y en todo pueblo es grato a Dios quien le
teme y practica la justicia.
Sin embargo, fue voluntad de Dios el santificar y salvar
a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino
constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente.
Por ello eligió al pueblo de Israel como pueblo suyo,
pactó con él una alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a Sí mismo y
los designios de su voluntad a través de la historia de este pueblo, y
santificándolo para Sí.
Pero todo esto sucedió como preparación y figura de la
alianza nueva y perfecta que había de pactarse en Cristo y de la revelación completa
que había de hacerse por el mismo Verbo de Dios hecho carne…
Ese pacto nuevo, a
saber, el Nuevo Testamento en su sangre, lo estableció Cristo convocando un
pueblo de judíos y gentiles, que se unificara no según la carne, sino en el
Espíritu, y constituyera el nuevo Pueblo de Dios.
Pues quienes creen en Cristo, renacidos no de un germen
corruptible, sino de uno incorruptible, mediante la palabra de Dios vivo, no de
la carne, sino del agua y del Espíritu Santo, pasan, finalmente, a constituir
«un linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo de adquisición...,
que en un tiempo no era pueblo y ahora es pueblo de Dios».
Este pueblo mesiánico tiene por cabeza a Cristo, «que fue
entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación», y teniendo
ahora un nombre que está sobre todo nombre, reina gloriosamente en los cielos.
La condición de este pueblo es la dignidad y la libertad
de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un
templo.
Tiene por ley el nuevo mandato de amar como el mismo
Cristo nos amó a nosotros. Y tiene en último lugar, como fin, el dilatar más y
más el reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra, hasta que al
final de los tiempos
De esta manera vemos la acción de las tres divinas personas en su
relación con la Iglesia: El Padre que para santificar y salvar a los hombres
decide hacerlo constituyendo un pueblo: El pueblo de Israel.
El Nuevo Testamento
lo estableció Cristo en su sangre, convocando un pueblo de judíos y gentiles,
que se unificara no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera el
nuevo Pueblo de Dios.
La condición de este
pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones
habita el Espíritu Santo como en un templo.
Celebrar a la primera persona de
la Trinidad: Dios Padre, implica para nosotros los creyentes reconocernos como
pueblo de Dios, familia de Dios que respeta, valora, protege y defiende cada
uno de los seres creados en su identidad y complementariedad, que en definitiva,
vela por el medio ambiente .
Celebrar a la segunda persona de
la Trinidad: Dios Hijo, implica para nosotros colaborar en la construcción del
Reino de Dios desde una opción por los pobres contra el hambre, contra la
enfermedad, contra la violencia, contra la migración forzada.
Celebrar a la tercera persona de
la Trinidad: El Espíritu Santo, “Señor y Dador de vida” implica para nosotros dejarnos guiar por su
impulso en defensa de la vida, de toda vida, de modo particular las que se ven
más amenazadas
Cosme Carlos Ríos
Mayo 21 2016
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