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sábado, 9 de enero de 2016

Bautizados para ser solidarios con el pueblo, como Jesús

En nuestro mundo dividimos los pecadores en dos categorías:
Por un lado los que abusan del alcohol, de las drogas, o cometen  desorden sexual, ellos dañan sobre todo su propia vida; a ellos los rehuimos, los despreciamos y condenamos.
Por otro lado los que fabrican bebidas  alcohólicas, los que procesan y distribuyen la droga, los que cometen injusticias,  los que defraudan, los que ocasionan desigualdades; a pesar de que causan daño a la sociedad, son bien considerados en la sociedad y ocupan lugares importantes.
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En el 587 a.C., Jerusalén fue destruida por los ejércitos de Babilonia y una buena parte de la población fue llevada al exilio.
Poco tiempo más tarde, también este poderoso imperio comienza a tambalearse: Ciro el Grande, rey de los persas, inicia una fulgurante campaña por todo el Antiguo Oriente y sus victorias hacen prever la inminente caída de Babilonia.
En este horizonte histórico, un nuevo profeta -llamado "Déutero- Isaías"  dirige a los desterrados un mensaje de liberación, denominado habitualmente "Libro de la consolación de Israel".
Sus palabras están cargadas de entusiasmo y esperanza. El exilio ha sido el fuego purificador del que Israel resurgirá completamente renovado.
El único Dios, Creador del universo, Señor de la historia y Redentor de su Pueblo, ha encomendado a Ciro la misión de liberar al "Resto" de Judá.
En medio del exilio, el recuerdo del Éxodo adquiere una nueva actualidad: el Señor prepara para su Pueblo un nuevo Éxodo, más admirable aún que el primero.
Jerusalén ha sido humillada, pero el Señor se ha compadecido de sus ruinas y ella verá gozosamente el retorno de sus hijos.
Muestra especial relieve un mensajero de buenas noticias que recibe la misión de anunciar a todas las ciudades de Judá la inminente llegada del Señor, como rey victorioso y buen pastor de su Pueblo.
Una voz clama en el desierto: La alegría más grande para los desterrados es saber que Dios mismo está preparando el regreso, que Él mismo allana el camino.
Dios se hace solidario con el pueblo desterrado y asume la causa de su liberación del exilio, como un nuevo Éxodo
Lucas nos refiere en el evangelio de hoy, que entre los que acudían a recibir el bautismo de Juan, para el perdón de los pecados, también acudió Jesús.
Podemos preguntarnos: “¿de qué pecados se arrepiente?” Con este hecho Jesús se manifiesta miembro y parte de un pueblo pecador, con el que se hace solidario.
El pecado es mucho más que un obrar concreto, y de hecho hay una solidaridad con el pecado en la historia humana. También es mi pecado por ser parte de esa humanidad
La solidaridad de Jesús con la humanidad y su pueblo pecador está en la razón última de su bautismo.
Jesús no era culpable de ningún pecado, no tenía de qué arrepentirse; pero jamás hizo de ese hecho un motivo de orgullo y, mucho menos, de desprecio hacia los demás.
Jesús sí que fue, desde su mismo nacimiento, víctima del pecado, y lo sería hasta su misma muerte. Pero el estar libre de culpa no le impidió la solidaridad con los pecadores del pueblo, no en tanto que culpables del pecado, sino en cuanto, víctimas del mismo.
Así, cuando el pueblo ha manifestado su voluntad de vivir la vida de otra manera, allí está Jesús para someterse él mismo al rito del bautismo, no como símbolo de arrepen­timiento, en relación con su pasado, sino como expresión de su compromiso con el futuro.
Se trata de un compromiso de amor a la humanidad que lo llevará, al mantenerlo hasta el final, a en­tregar su propia vida como muestra de amor y testimonio de fidelidad.
Esto es lo que significa el bautismo de Jesús: que él se solidariza con ese deseo de cambiar de vida que se expresa en el bautismo del pueblo.
Como en Jesús, la tarea de todo bautizado es testimoniar que Dios está actuando en su vida; signo de ello es su manera de existir en medio de la comunidad.
El bautizado debe llevar una existencia que promueva la solidaridad y la justicia con los más débiles, pues en ellos Dios actúa y salva; en ellos se hace presente la liberación querida por Dios.

Darle sentido a nuestro bautismo, como Jesús, exige de nosotros, mostrar la solidaridad, siendo tolerantes con los pecadores que dañan su vida y ofreciéndoles oportunidad de que cambien.

Darle sentido a nuestro bautismo, como Jesús, exige de nosotros, mostrar la solidaridad con los que cometen pecados sociales denunciando su pecado y exigiendo que cambien para el bien de todos.
Cosme Carlos Ríos
Enero 09 2015





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