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sábado, 14 de febrero de 2015

La misericordia quita la marginación

En nuestra sociedad y en nuestra Iglesia aún se dan muchos casos de marginación. Y muchos de estos casos se siguen justificando en nombre de Dios.
Hay quienes afirman que el SIDA es un castigo de Dios por nuestros muchos pecados. Los enfermos del SIDA siguen sufriendo la marginación que sufrieron los leprosos en otras épocas
Aún seguimos considerando malos, pecadores, a ciertos grupos de personas como drogadictos, prostitutas; antes que luchar contra la verdadera causa de esas situaciones, que es una organización social injusta
Aún se desprecia a los curas que se han enamorado y se han casado y se les impide, no ya que celebren la eucaristía, sino hasta que den clases de religión
En la comunidad cristiana no vemos con buenos ojos a los divorciados, a los homosexuales, a las madres solteras

De todos los libros del Antiguo Testamento, el Levítico es el más extraño: Tabúes de alimentos, normas primitivas de higiene, insignificantes prescripciones rituales etc.
El Levítico pertenece en su totalidad a la tradición "sacerdotal". De allí su estilo minucioso y preciso, sobrecargado de términos técnicos y de repeticiones
En la antigüedad, a falta de hospitales, las personas contagiadas por alguna enfermedad eran excluídas del contacto con los demás y de modo especial de los lugares públicos
En el s. V a.C. cuando se terminó de editar el Levítico, los judíos formaban una provincia bajo el dominio de Persia. No tenían independencia política ni soberanía nacional y dependían económicamente del gobierno imperial.
No tenían rey, ni tampoco quizás, profetas, pues la época de las grandes personalidades proféticas había ya pasado; pero eran libres para practicar su religión, seguir su derecho tradicional y resolver sus pleitos.
En estas circunstancias el Templo y el culto de Jerusalén son la gran fuerza de cohesión, y los sacerdotes sus administradores y la Torá, conservada celosamente, interpretada y aplicada con razonable uniformidad en las diversas comunidades.
En línea con la función sacerdotal de separar lo sagrado de lo profano, lo puro de lo impuro, el capítulo que leemos hoy presenta una complicada casuística sobre las posibilidades de impureza, que se convierten en excluyentes.
En tiempos de Jesús la lepra se consideraba un castigo de Dios por los pecados que el paciente había cometido contra el prójimo, especialmente pecados de la lengua como la calumnia o la mentira.
Se pensaba que los leprosos eran repugnantes a Dios y peligrosos para los hombres sanos a quienes podían contagiar; por ello, eran excomulgados, excluidos del templo y de los núcleos urbanos.
El leproso del evangelio, al acercarse a Jesús, está ya violando la ley. Y Jesús, permitiéndole acercarse a él y tocándolo, también viola la ley, según la cual, en ese mismo instante, Jesús queda contaminado de impureza.
La misericordia de Jesús, su interés por la felicidad de sus semejantes, libró de la enfermedad y de la marginación al leproso. Jesús le quitó a la enfermedad su sentido de castigo divino.
El gesto de Jesús se convierte en denuncia de una religión que ni sirve para poner a los hombres bien con Dios, ni ayuda a los hombres a relacionarse armónicamente entre ellos, sino que es causa de la marginación y el abandono de los que más necesitan solidaridad y ternura, y que, para colmo, echa la culpa a Dios de tal marginación.

Seguir a Jesús hoy, implica para nosotros tener actitudes misericordiosas que favorezcan un ambiente acogedor para los alcohólicos, drogadictos, madres solteras y otros pecadores.
Seguir a Jesús hoy, implica para nosotros analizar las causas profundas que favorecen y realizan esta exclusión
Seguir a Jesús hoy, implica para nosotros, con actitudes de misericordia, crear espacios que apoyen a los enfermos de Sida y a los exconvictos
Feliz día del amor y la amistad
Febrero 14 del 2015
Cosme Carlos Ríos



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