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sábado, 3 de agosto de 2013


Enriquecerse de lo que es agradable a Dios

100.000 personas mueren de hambre, o de sus consecuencias inmediatas, cada día. Cada cuatro minutos, alguien pierde la vista debido a la falta de vitamina A.

Hay 854 millones de seres humanos gravemente sub alimentados, mutilados por el hambre permanente Cada año, casi 11 millones de menores de 5 años mueren como consecuencia directa o indirecta del hambre y la alimentación inadecuada o insuficiente.

 Millones de niños padecen enfermedades relacionadas con la falta de vitaminas y minerales, y con la contaminación de los alimentos y el agua.

El hambre y la desnutrición son el resultado de haber excluido a millones de personas del acceso a bienes y recursos productivos, tales como la tierra, el mar, el agua, las simientes, la tecnología y el conocimiento.

Son, ante todo, consecuencia de las políticas económicas, sociales y comerciales a escala mundial, regional y nacional.

Impuestas por los Gobiernos o Estados de los países desarrollados, en su afán de acumular mantener y acrecentar su hegemonía política, económica, cultural y militar.

Esto ocurre en un planeta que rebosa de riquezas. Detrás de cada víctima hay un asesino. El orden mundial actual no sólo es mortífero, además es absurdo.

 

El Eclesiastés es un libro sapiencial. La “sabiduría” consiste en una actitud de personas y pueblos para encontrar respuestas a los grandes interrogantes y misterios de la existencia humana.

La pregunta que mueve toda su reflexión es ésta: “¿Qué provecho saca el hombre de todos los afanes que persigue bajo el sol?”   y su respuesta: “vanidad de vanidades, todo es vanidad”

El Eclesiastés nos recuerda el sabor de las cosas sencillas, el disfrute de las cosas ordinarias, que también son don de Dios.

La vida tiene sentido porque somos personas humanas, porque estamos hechos “a imagen y semejanza de Dios”, un Dios creador, que se mueve, que sale de sí, que inventa, que busca.

De igual manera los bienes de la tierra tienen su valor en la medida que están al servicio de todas las personas y no para acumular.

 

A Jesús, como Maestro, en su camino a Jerusalén, se le acercan dos hermanos en litigio y le suplican que ponga orden: que haga justicia.

Jesús no ha venido al mundo como juez jurídico, legal. Va más allá de lo externo, va a la raíz de los problemas, que está en el corazón del ser humano.

Para Él es más importante desenmascarar la codicia que nos domina, que hacer valer los derechos de cada uno. Con lo primero, se conseguirá lo segundo.

Sus palabras son magistrales: “eviten toda clase de codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida”.

Lo primero es la justicia, querida por Dios, predicada por Jesús: que todos tengan pan, educación, techo... fruto de la comunión, de la solidaridad, nuevo nombre de la justicia, eso es el Reino, la Nueva Humanidad.

La palabra de Jesús en el Evangelio de hoy ha de ser aplicada a la situación planetaria, de la estructura económica mundial, de un mundo que sigue y sigue acumulando, y con ello, acentuando las diferencias, la desigualdad, la brecha entre pobres y ricos.

Enriquecerse de verdad es amasar una única fortuna: la del amor, favorecer la vida, salir de sí mismo para ir al encuentro de los demás, las buenas obras con los más pequeños y desfavorecidos.

 

Enriquecerse de verdad ha de significar para nosotros hacer oración y celebrar la Eucaristía, pero hacerlo de tal modo que nos lleven a luchar contra el problema de fondo: la acumulación de poder y riqueza que es la causa principal del problema

Esto implica la necesidad de luchar en contra de los sistemas injustos de los grandes grupos que acumulan poder y riqueza a costa de la vida de los pequeños. Y todo esto como exigencia de la fe

Enriquecerse de verdad significa para nosotros leer y meditar la palabra de Dios, pero de modo que esa lectura y meditación nos lleven  a compartir y a luchar contra toda las discriminación, exclusión  y división entre las personas

Enriquecerse de verdad significa para nosotros tener presente que el Cristo vino para que todos tengamos vida y la tengamos en abundancia y que a nosotros nos ha confiado el encargo de continuar su misión.

Agosto 03 del 2013. CCR

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