V. LOS DESTINATARIOS DE LA EVANGELIZACIÓN
Las últimas
palabras de Jesús en el Evangelio de Marcos confieren a la evangelización, que
el Señor confía a los Apóstoles, una universalidad sin fronteras: "Id por
todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura" (73).
Los Doce y la
primera generación de cristianos han comprendido bien la lección de este texto
y de otros parecidos; han hecho de ellos su programa de acción.
A lo largo de veinte siglos de historia, las
generaciones cristianas han afrontado periódicamente diversos obstáculos a esta
misión de universalidad.
·
Por
una parte, la tentación de los mismos evangelizadores de estrechar bajo
distintos pretextos su campo de acción misionera.
·
Por
otra, las resistencias, muchas veces humanamente insuperables de aquellos a
quienes el evangelizador se dirige.
No obstante
estas adversidades, la Iglesia reaviva siempre su inspiración más profunda, la
que le viene directamente del Maestro: ¡A todo el mundo! ¡A toda criatura!
¡Hasta los confines de la tierra!
Revelar a
Jesucristo y su Evangelio a los que no los conocen: he ahí el programa
fundamental que la Iglesia, desde la mañana de Pentecostés, ha asumido, como
recibido de su Fundador.
La Iglesia
lleva a efecto este primer anuncio de Jesucristo mediante una actividad
compleja y diversificada, que a veces se designa con el nombre de
"pre-evangelización", pero que muy bien podría llamarse evangelización,
aunque en un estadio de inicio y ciertamente incompleto.
Cuenta con una
gama casi infinita de medios: la predicación explícita, por supuesto, pero
también el arte, los intentos científicos, la investigación filosófica, el
recurso legítimo a los sentimientos del corazón del hombre podrían colocarse en
el ámbito de esta finalidad.
Este primer
anuncio se está volviendo cada vez más necesario, a causa de las situaciones de
descristianización frecuentes en nuestros días, para gran número de personas
que recibieron el bautismo, pero viven al margen de toda vida cristiana; para
las gentes sencillas que tienen una cierta fe, pero conocen poco los
fundamentos de la misma; para los intelectuales que sienten necesidad de
conocer a Jesucristo bajo una luz distinta de la enseñanza que recibieron en su
infancia, y para otros muchos.
Asimismo se dirige
a inmensos sectores de la humanidad que practican religiones no cristianas. La
Iglesia respeta y estima estas religiones no cristianas, por ser la expresión
viviente del alma de vastos grupos humanos.
Ante todo,
queremos poner ahora de relieve que ni el respeto ni la estima hacia estas
religiones, ni la complejidad de las cuestiones planteadas implican para la
Iglesia una invitación a silenciar ante los no cristianos el anuncio de
Jesucristo.
La Iglesia
mantiene vivo su empuje misionero e incluso desea intensificarlo en un momento
histórico como el nuestro. La Iglesia se siente responsable ante todos los
pueblos. Prepara siempre nuevas generaciones de apóstoles.
Sin embargo, la Iglesia no se siente
dispensada de prestar una atención igualmente infatigable hacia aquellos que
han recibido la fe y que, a veces desde hace muchas generaciones permanecen en
contacto con el Evangelio. Trata así de profundizar, consolidar, alimentar,
hacer cada vez más madura la fe de aquellos que se llaman ya fieles o
creyentes, a fin de que lo sean cada vez más.
Una segunda
esfera es la de los no practicantes; toda una muchedumbre, hoy día muy numerosa,
de bautizados que, en gran medida, no han renegado formalmente de su bautismo,
pero están totalmente al margen del mismo y no lo viven.
La Iglesia
tiene también ante sí una inmensa muchedumbre humana que necesita del Evangelio
y tiene derecho al mismo, pues Dios "quiere que todos los hombres se
salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.
Las "comunidades
de base", florecen un poco por
todas partes en la Iglesia, según los distintos testimonios escuchados durante
el Sínodo, y se diferencian bastante entre sí aun dentro de una misma región, y
mucho más de una región a otra.
En ciertas
regiones surgen y se desarrollan, salvo alguna excepción, en el interior de la
Iglesia, permaneciendo solidarias con su vida, alimentadas con sus enseñanzas,
unidas a sus Pastores.
En estos
casos, nacen de la necesidad de vivir todavía con más intensidad la vida de la
Iglesia; o del deseo y de la búsqueda de una dimensión más humana que
difícilmente pueden ofrecer las comunidades eclesiales más grandes, sobre todo
en las metrópolis urbanas contemporáneas que favorecen a la vez la vida de masa
y el anonimato.
Pero
igualmente pueden prolongar a nivel espiritual y religioso —culto, cultivo de
una fe más profunda, caridad fraterna, oración, comunión con los Pastores— la
pequeña comunidad sociológica, el pueblo, etc.
O también
quieren reunir para escuchar y meditar la Palabra, para los sacramentos y el
vínculo del ágape, grupos homogéneos por la edad, la cultura, el estado
civil o la situación social, como parejas, jóvenes, profesionales, etc.,
personas éstas que la vida misma encuentra ya unidas en la lucha por la
justicia, la ayuda fraterna a los pobres, la promoción humana, etc.
O, en fin,
reúnen a los cristianos donde la penuria de sacerdotes no favorece la vida
normal de una comunidad parroquial. Todo esto, por supuesto, al interior de las
comunidades constituidas por la Iglesia, sobre todo de las Iglesias
particulares y de las parroquias.
Estas comunidades
serán un lugar de evangelización, en beneficio de las comunidades más vastas,
especialmente de las Iglesias particulares, y serán una esperanza para la
Iglesia universal, como Nos mismo dijimos al final del Sínodo, en la medida en
que:
— buscan su alimento en la palabra de
Dios y no se dejan aprisionar por la polarización política o por las ideologías
de moda, prontas a explotar su inmenso potencial humano;
— evitan la tentación siempre
amenazadora de la contestación sistemática y del espíritu hipercrítico, bajo
pretexto de autenticidad y de espíritu de colaboración;
— permanecen firmemente unidas a la
Iglesia local en la que ellas se insieren, y a la Iglesia universal, evitando
así el peligro muy real de aislarse en sí mismas, de creerse, después, la única
auténtica Iglesia de Cristo y, finalmente, de anatemizar a las otras
comunidades eclesiales;
— guardan una sincera comunión con los
Pastores que el Señor ha dado a su Iglesia y al Magisterio que el Espíritu de
Cristo les ha confiado;
— no se creen jamás el único
destinatario o el único agente de evangelización, esto es, el único depositario
del Evangelio, sino que, conscientes de que la Iglesia es mucho más vasta y
diversificada, aceptan que la Iglesia se encarna en formas que no son las de
ellas;
— crecen cada día en responsabilidad,
celo, compromiso e irradiación misioneros;
— se muestran universalistas y no sectarias.
Con estas
condiciones, ciertamente exigentes pero también exaltantes, las comunidades
eclesiales de base corresponderán a su vocación más fundamental: escuchando el
Evangelio que les es anunciado, y siendo destinatarias privilegiadas de la
evangelización, ellas mismas se convertirán rápidamente en anunciadoras del
Evangelio.
Extractó CCR
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