Los
diez puntos de Santa Cruz de la Sierra, donde la palabra cambio estaba
preñada de gran contenido, estaba enlazada a cosas fundamentales que ustedes
reivindican:
Trabajo
digno para los excluidos del mercado laboral;
Tierra
para los campesinos y pueblos originarios;
Vivienda
para las familias sin techo;
Integración
urbana para los barrios populares;
Erradicación
de la discriminación, de la violencia contra la mujer y de las nuevas formas de
esclavitud;
El fin de todas las guerras, del crimen organizado y de la represión;
Libertad de expresión y comunicación
democrática;
Ciencia y tecnología al servicio de los
pueblos.
Las
soluciones reales a las problemáticas actuales no van a salir de una, tres o
mil conferencias: tienen que ser fruto de un discernimiento colectivo que
madure en los territorios junto a los hermanos, un discernimiento que se
convierte en acción transformadora «según los lugares, tiempos y personas» Si
no, corremos el riesgo de las abstracciones no logran sostener la vida de
nuestras comunidades».
El terror y los muros.
Esa
germinación que es lenta, que tiene sus tiempos
está amenazada por la velocidad de un mecanismo destructivo que opera en
sentido contrario.
Hay
fuerzas poderosas que pueden neutralizar este proceso de maduración de un cambio que sea capaz de desplazar la
primacía del dinero y coloque nuevamente en el centro al ser humano, al hombre
y la mujer
Hay un terrorismo
de base que
emana del control global del dinero sobre la tierra y atenta contra la
humanidad entera.
De
ese terrorismo básico se alimentan los terrorismos derivados como el
narcoterrorismo, el terrorismo de estado y lo que erróneamente algunos llaman
terrorismo étnico o religioso, pero ningún pueblo, ninguna religión es
terrorista.
Ninguna
tiranía, ninguna tiranía se sostiene sin explotar nuestros miedos. Esto es
clave. De ahí que toda tiranía sea terrorista.
Y
cuando ese terror, que se sembró en las periferias, con masacres, saqueos,
opresión e injusticia, explota en los centros con distintas formas de
violencia, incluso con atentados odiosos y cobardes, los ciudadanos que aún
conservan algunos derechos son tentados con la falsa seguridad de los muros
físicos o sociales.
Muros
que encierran a unos y destierran a otros. Ciudadanos amurallados,
aterrorizados, de un lado; excluidos, desterrados, más aterrorizados todavía,
del otro.
Al
miedo se lo alimenta, se lo manipula… Porque el miedo, además de ser un buen
negocio para los mercaderes de las armas y de la muerte, nos debilita, nos
desequilibra, destruye nuestras defensas psicológicas y espirituales, nos
anestesia frente al sufrimiento ajeno y al final nos hace crueles.
El segundo punto es:
El amor y los puentes.
Lo
cierto es que frente al hambre, Jesús priorizó la dignidad de los hijos de Dios
sobre una interpretación formalista, acomodaticia e interesada de la norma.
Cuando los doctores de la ley se quejaron con
indignación hipócrita, Jesús les recordó que Dios quiere
amor y no sacrificios, y les explicó que el sábado está hecho para el ser
humano y no el ser humano para el sábado (cf. Mc 2,27).
Enfrentó
al pensamiento hipócrita y suficiente con la inteligencia humilde del corazón
Y
después, ese mismo día, Jesús hizo algo «peor», algo que irritó aún más a los
hipócritas y soberbios que lo estaban vigilando porque buscaban alguna excusa
para atraparlo.
Curó
la mano atrofiada de un hombre. La mano, ese signo tan fuerte del obrar, del
trabajo. Jesús le devolvió a ese hombre la capacidad de trabajar y con eso le
devolvió la dignidad.
Las
«3-T», ese grito de ustedes que hago mío, tiene algo de esa inteligencia
humilde pero a la vez fuerte y sanadora. Un proyecto-puente de los pueblos frente
al proyecto-muro del dinero. Un proyecto que apunta al desarrollo humano
integral.
Otro punto es: La bancarrota y el salvataje.
Sé
que dedicaron una jornada al drama de los migrantes, refugiados y desplazados.
En Lesbos, pude sentir de cerca el sufrimiento de
tantas familias expulsadas de su tierra por razones económicas o violencias de
todo tipo, multitudes desterradas como
consecuencia de un sistema socioeconómico injusto y de los conflictos bélicos
que no buscaron, que no crearon quienes hoy padecen el doloroso desarraigo de
su suelo patrio sino más bien muchos de aquellos que se niegan a recibirlos.
Quien
ve los ojos de los niños que encontramos en los campos de refugiados es capaz
de reconocer de inmediato, en su totalidad, la “bancarrota” de la humanidad»
¿Qué
le pasa al mundo de hoy que, cuando se produce la bancarrota de un banco de
inmediato aparecen sumas escandalosas para salvarlo, pero cuando se produce
esta bancarrota de la humanidad no hay casi ni una milésima parte para salvar a
esos hermanos que sufren tanto?
Y
así el Mediterráneo se ha convertido en un cementerio, y no sólo el Mediterráneo…
tantos cementerios junto a los muros, muros manchados de sangre inocente.
El
miedo endurece el corazón y se transforma en crueldad ciega que se niega a ver
la sangre, el dolor, el rostro del otro.
«Quien
tiene miedo de vosotros no os ha mirado a los ojos. Quien tiene miedo de
vosotros no ha visto vuestros rostros. Quien tiene miedo no ve a vuestros
hijos.
Olvida
que la dignidad y la libertad trascienden el miedo y trascienden la división.
Olvida que la migración no es un problema de Oriente Medio y del norte de
África, de Europa y de Grecia. Es un problema del mundo»
Es,
en verdad, un problema del mundo. Nadie debería verse obligado a huir de su
Patria. Pero el mal es doble cuando, frente a esas circunstancias terribles, el
migrante se ve arrojado a las garras de los traficantes de personas para cruzar
las fronteras y es triple si al llegar a la tierra donde creyó que iba a
encontrar un futuro mejor, se lo desprecia, se lo explota, incluso se lo
esclaviza. Esto se puede ver en cualquier rincón de cientos de ciudades. O
simplemente no se lo deja entrar.
Les
pido que ejerciten esa solidaridad tan especial que existe entre los que han
sufrido. Ustedes saben recuperar fábricas de la bancarrota, reciclar lo
que otros tiran, crear puestos de trabajo, labrar la tierra, construir
viviendas, integrar barrios segregados y reclamar sin descanso como esa viuda
del Evangelio que pide justicia insistentemente (cf. Lc 18,1-8).
Tal
vez con vuestro ejemplo y su insistencia, algunos Estados y Organismos
internacionales abran los ojos y adopten las medidas adecuadas para acoger e
integrar plenamente a todos los que, por una u otra circunstancia, buscan
refugio lejos de su hogar.
Y
también para enfrentar las causas profundas por las que miles de hombres,
mujeres y niños son expulsados cada día de su tierra natal.
Dar
el ejemplo y reclamar es una forma de meterse en política y esto me lleva al
segundo eje que debatieron en su Encuentro: la relación entre pueblo y democracia.
Una
relación que debería ser natural y fluida pero que corre el peligro de
desdibujarse hasta ser irreconocible.
La
brecha entre los pueblos y nuestras formas actuales de democracia se agranda
cada vez más como consecuencia del enorme poder de los grupos económicos y
mediáticos que parecieran dominarlas.
Los
movimientos populares, no son partidos políticos y en gran medida, en eso radica su riqueza,
porque expresan una forma distinta, dinámica y vital de participación social en
la vida pública.
Pero
no tengan miedo de meterse en las grandes discusiones, en Política con
mayúscula: «La política ofrece un camino serio y difícil―aunque no el
único―para cumplir el deber grave que cristianos y cristianas tienen de servir
a los demás»
Quisiera
señalar dos riesgos que giran en torno a la relación entre los movimientos
populares y la política: el riesgo de dejarse encorsetar y el riesgo de dejarse
corromper.
Primero: No dejarse encorsetar,
porque algunos dicen: la cooperativa, el comedor, la huerta agroecológica,
el microemprendimiento, el diseño de los planes asistenciales… hasta ahí está
bien.
Mientras
se mantengan en el corsé de las «políticas sociales», mientras no cuestionen la
política económica o la política con mayúscula, se los tolera.
Esa
idea de las políticas sociales concebidas como una política hacia los
pobres pero nunca con los
pobres, nunca de los
pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos a
veces me parece una especie de volquete maquillado para contener el descarte
del sistema.
Cuando ustedes, desde su arraigo a lo cercano,
desde su realidad cotidiana, desde el barrio, desde el paraje, desde la
organización del trabajo comunitario, desde las relaciones persona a persona,
se atreven a cuestionar las «macro-relaciones», cuando chillan, cuando gritan,
cuando pretenden señalarle al poder un planteo más integral, ahí ya no se lo
tolera.
No
se lo tolera tanto porque se están saliendo del corsé, se están metiendo en el
terreno de las grandes decisiones que algunos pretenden monopolizar en pequeñas
castas.
Así la democracia se atrofia, se convierte en
un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va desencarnando
porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la dignidad, en la
construcción de su destino.
En
estos tiempos de parálisis, desorientación y propuestas destructivas, la
participación protagónica de los pueblos que buscan el bien común puede vencer,
con la ayuda de Dios, a los falsos profetas que explotan el miedo y la
desesperanza, que venden fórmulas mágicas de odio y crueldad o de un bienestar
egoísta y una seguridad ilusoria.
Sabemos
que «mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres,
renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación
financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se
resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales
«El
futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes,
las grandes potencias y las elites. Está fundamentalmente en manos de los
pueblos, en su capacidad de organizarse y también en sus manos que riegan con
humildad y convicción este proceso de cambio»
La Iglesia, la Iglesia
también puede y debe, sin pretender el monopolio de la verdad, pronunciarse y
actuar especialmente frente a «situaciones donde se tocan las llagas y el
sufrimiento dramático, y en las cuales están implicados los valores, la ética,
las ciencias sociales y la fe»
El segundo riesgo, les decía, es dejarse
corromper. Así como la política no es un asunto de los «políticos», la
corrupción no es un vicio exclusivo de la política.
Hay
corrupción en la política, hay corrupción en las empresas, hay corrupción en
los medios de comunicación, hay corrupción en las iglesias y también hay
corrupción en las organizaciones sociales y los movimientos populares.
Es
justo decir que hay una corrupción naturalizada en algunos ámbitos de la vida
económica, en particular la actividad financiera, y que tiene menos prensa que
la corrupción directamente ligada al ámbito político y social
Frente
a la tentación de la corrupción, no hay mejor antídoto que la austeridad; esa
austeridad moral y personal. Y practicar la austeridad es, además, predicar con
el ejemplo
La
corrupción, la soberbia, el exhibicionismo de los dirigentes aumenta el
descreimiento colectivo, la sensación de desamparo y retroalimenta el mecanismo
del miedo que sostiene este sistema inicuo.
Quisiera,
para finalizar, pedirles que sigan
enfrentando el miedo con una vida de servicio, solidaridad y humildad en favor
de los pueblos y en especial de los que más sufren. Se van a equivocar
muchas veces, todos nos equivocamos, pero si perseveramos en este camino, más
temprano que tarde, vamos a ver los frutos. E insisto, contra el terror, el
mejor antídoto es el amor. El amor todo lo cura.