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sábado, 13 de agosto de 2016

El proyecto de Dios provoca conflicto


El Papa Francisco ha iniciado una renovación en la Iglesia y tiene por ello muchos opositores especialmente entre las personas que ocupan altos puestos en la administración de la Iglesia.
Muchos de ellos están acostumbrados a vivir como príncipes y tienen el temor de perder sus privilegios

Jeremías vive en una época de conflicto, pues las dos grandes potencias, Egipto y Babilonia luchan por el poder total, mientras que Judá tierra de Jeremías se encuentra en medio y tiene que tomar partido.
La nobleza, el ejército, los sacerdotes de alto rango y los latifundistas han decidido enfrentar a Babilonia, haciendo alianza con Egipto.
Ellos confían en la indestructibilidad de Jerusalén, en la inviolabilidad del templo y en la permanente presencia de la dinastía de David en el trono.
Jeremías, un hombre pacifista y que con una gran lucidez mide el tamaño de las fuerzas, habla en contra de las falsas seguridades e invita a rendirse a Babilonia
Los nacionalistas no pudieron soportar esto, que consideraban contrario a los intereses de su pueblo. Este lenguaje era considerado como traidor por los nacionalistas.
Indudablemente, desde el punto de vista meramente humano, la predicación derrotista del profeta sembraba la desmoralización de los defensores de la ciudad.
No habría otra solución que quitar del medio a esa voz traidora e inoportuna. Para ellos, Jeremías no era patriota: no busca la paz de este pueblo, sino el mal.
Los jefes nacionalistas, con anuencia del rey, arrojaron al profeta a una cisterna. No se atrevieron a derramar su sangre, y prefirieron una muerte incruenta. El hecho de derramar sangre les impresionaba más.
Un extranjero, actúa a favor de los derechos de un profeta de Yahvé. Este etíope sabe que el rey es débil de carácter y que, no ha sabido imponerse a los inicuos designios de sus cortesanos respecto a Jeremías, pero que tiene buenos sentimientos.
Él recrimina la conducta de los jefes nacionalistas y convence al rey que le proporciona tres hombres que le ayuden en la liberación del profeta.
El profeta pide un cambio al pueblo y a las autoridades, no se puede poner la seguridad en Egipto, ni en  la dinastía de David, ni en el templo, ni en la ciudad de Jerusalén, sino solamente en Dios.
Ellos prefieren deshacerse de Jeremías a cambiar sus seguridades.
Jesús desde el comienzo de su ministerio está invitando a un cambio que incluye a las personas y también a las instituciones religiosas (El templo y la sinagoga) y políticas.
Un fuego abrasador mueve a Jesús en el anuncio y construcción del Reinado de Dios, pero, al ir contra la corriente, Jesús recibirá un bautismo en su propia sangre de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas.

Anunciar el Reino de Dios, esforzarse por construirlo,  implica una lucha contra los que quieren conservar el poder, la riqueza y la injusticia, que no se detienen en los medios para eliminar a sus opositores.
Como Jesús y como Jeremías necesitamos el fuego del Espíritu que nos impulse a construir el Reinado de Dios, un mundo  donde:
Ninguna familia sin vivienda,
Ningún campesino sin tierra,
Ningún trabajador sin derechos,  
Ningún pueblo sin soberanía,
Ninguna persona sin dignidad,
Ningún niño sin infancia,
Ningún joven sin posibilidades,
Ningún anciano sin una venerable vejez.

Cosme Carlos Ríos

Agosto 13 del 2016 

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